Soy una árabe israelí. Hamás no me representa.

¿Cómo viven los árabes israelíes el 7 de octubre y sus consecuencias? En su testimonio, Mouna Maroun, doctora en neurobiología y vicepresidenta de la Universidad de Haifa, ofrece algunas respuestas a esta pregunta. Basándose en su experiencia personal de coexistencia armoniosa entre judíos y árabes israelíes, y en su lucha por promoverla en la universidad, examina las dificultades que plantea al proceso de integración la conmoción experimentada por la sociedad israelí en su conjunto, pero también los motivos para la esperanza. 

 

Mouna Maroun

 

¿Cómo se siente uno siendo árabe en Israel en estos momentos? En una palabra: horrible. 

He pasado la mayor parte de mi vida en el norte de Israel, un modelo de coexistencia donde judíos y árabes conviven en armonía. Sin embargo, hoy, por primera vez en mi vida, entiendo por qué los judíos nos tienen miedo. 

Como todos los israelíes, seguí con atención las noticias la mañana del 7 de octubre, cuando los terroristas de Hamás se infiltraron en el país y asesinaron y secuestraron indiscriminadamente a hombres, mujeres, niños, ancianos, judíos, árabes y extranjeros. Las abrumadoras cifras están desde entonces grabadas en nuestra memoria: más de 1.400 personas asesinadas y 240 tomadas como rehenes. Como todos los israelíes, estaba desolada. 

Cuando vi que secuestraban a una anciana y se la llevaban a Gaza, pensé que podría haber sido mi propia madre, que ahora tiene 95 años. Cuando leí noticias sobre niños pequeños masacrados, pensé en nuestros niños, en los niños árabes. Y cuando vi las fotos de árabes y beduinos asesinados o tomados como rehenes, me vi a mí misma. Hamás no distinguió entre judíos y árabes; para Hamás, eran todos israelíes. 

En este contexto, la paranoia, la tensión y el miedo que sienten los judíos cuando se encuentran con árabes es comprensible. Como investigadora que estudia el funcionamiento del cerebro humano, puedo decir que cuando el cerebro está sometido a un estrés considerable, es normal que reaccione generalizando en exceso su entorno. Las miradas desconfiadas que solía recibir al entrar y salir del aeropuerto Ben Gurión se dirigen ahora a los árabes israelíes de todo el país. 

Llevamos años trabajando para integrar a la sociedad árabe en el mundo académico y en el sistema sanitario. En estos dos sectores, hemos tenido un éxito fantástico, con judíos y árabes trabajando juntos, codo con codo. Después del 7 de octubre, corremos el riesgo de que este éxito se derrumbe. Los judíos me temen, nos temen. Me siento fatal. Y es culpa de Hamás. 

Como árabe, a menudo me preguntan si condeno a Hamás. Hacer esta pregunta a los árabes israelíes es no comprender lo estrechamente vinculados que estamos a la vida israelí. ¿Es lógico preguntar a un judío israelí si condena a Hamás? Por supuesto que no. Por eso el mundo tiene que entender que los árabes israelíes rechazan a Hamás y su ideología tanto como los judíos. Hamás no distinguió entre judíos y árabes; para Hamás, eran todos israelíes. 

La gente también me pregunta: “¿No te da pena la gente de Gaza y lo que les está pasando? Por supuesto que sí. Todos los días pienso en los muchos niños gazatíes que lloran por sus madres, igual que no puedo evitar imaginarme a los niños judíos cautivos de Hamás. Estos niños israelíes y palestinos que lloran de la misma manera, por miedo, me pregunto quién los alimenta. ¿Quién los abraza cuando lloran? ¿Quién les dice que todo irá bien? Y también en este caso, Hamás es culpable de explotar cínicamente su miedo con fines terroristas. Hamás es culpable de utilizar a niños, mujeres y ancianos como escudos humanos, obligándoles a permanecer bajo los bombardeos. Hamás es culpable no sólo de aterrorizar a los israelíes, sino también de aterrorizar a su propio pueblo y de ser directamente responsable del desplazamiento de los gazatíes de sus hogares y tierras. 

Estoy desolada por las escenas que vi el 7 de octubre, y me entristece igualmente lo que veo en Gaza, donde mueren niños inocentes o viven sin esperanza de un futuro mejor. Mostrar empatía por una de las partes de un conflicto no niega la capacidad de empatizar con la otra parte. Al contrario, demuestra que eres humano. Los árabes no tienen por qué elegir un bando en este conflicto. Por el bien de la humanidad, imploro a la comunidad árabe que avance y comprenda la narrativa judía con inteligencia y responsabilidad, como nosotros llevamos 75 años pidiéndoles que comprendan la nuestra. Por primera vez, como minoría árabe, se nos pide que empaticemos y comprendamos la narrativa de la mayoría. 

En la Universidad de Haifa, esto es lo que nos disponemos a hacer. Aunque el inicio del curso académico se ha retrasado debido a la guerra, la administración de la universidad está buscando formas de reducir la tensión en el campus, para que nuestros estudiantes puedan reintegrarse en un entorno pacífico. 

En la ciudad de Haifa hay barrios y edificios mixtos, y vivimos en una sociedad verdaderamente compartida. En la universidad, judíos y árabes aprenden y crecen juntos. Este es el paradigma que Israel debe reproducir si quiere superar la tragedia del 7 de octubre. No me molesta ver los carteles hebreos en el campus que proclaman “Juntos venceremos”, porque sé que los árabes están incluidos en esta lucha. Juntos podemos alzar la voz para denunciar los crecientes niveles de discriminación de los que somos testigos. 

Hace poco también me preguntaron si alguna vez me vería dejando Israel, quizás para irme a Francia, el país donde estudié y que tanto me gusta visitar. Mi respuesta es clara: no me voy a ninguna parte. Israel es mi hogar. Tanto para los judíos como para los árabes, este país es especial. Cuando cada uno de nosotros ve un olivo, nos maravilla la capacidad de esta majestuosa fuerza de la naturaleza para crecer en el árido suelo del desierto. Si judíos y árabes son categóricos sobre el hecho de que no se marcharán a ninguna parte, corresponde a las dos comunidades determinar lo que viene a continuación de forma sana y productiva. 

El 7 de octubre, Hamás hizo mucho más que matar a 1.400 personas. También hizo retroceder cualquier esperanza de paz, preparándonos a todos para una nueva era de violencia. Pero por cada tragedia, hay un rayo de esperanza. Una encuesta reciente del Instituto de la Democracia de Israel (IDI) indica que el 70% de los árabes israelíes se identifican con el Estado de Israel. El IDI estima de que este porcentaje es el más elevado desde que empezó a hacer esta pregunta en 2003. Esto demuestra que la comunidad árabe de Israel aspira a integrarse más en la sociedad y a distanciarse de los agentes de mala fe como Hamás. 

Los árabes y los judíos israelíes son como la sal y la pimienta: ambos tienen su lugar en la mesa y, una vez espolvoreados en un plato, resulta casi imposible distinguirlos. Deben abrazar y apreciar su destino común trabajando los unos con los otros, entablando un diálogo constructivo y comprendiendo que, cuando se trata de convivencia y compartir la vida, no hay nada que temer. Juntos, somos más poderosos porque estamos decididos a vivir juntos en el lugar más hermoso de la tierra. 


Mouna Maroun

La profesora Mouna Maroun es vicepresidenta y decana de investigación de la Universidad de Haifa, y ex directora del departamento de neurobiología Sagol de la universidad. Es licenciada universitaria de primera generación, la primera mujer de Isfiya, su ciudad natal, que obtiene un doctorado y la primera mujer árabe de Israel que ocupa una cátedra de ciencias naturales.