Los judíos de Europa, entre el declive y la reestructuración. Una entrevista con Jonathan Boyd

El Instituto de Investigación de Políticas Judías es una institución británica cuya misión consiste en estudiar y acompañar la vida judía en Europa. En esta entrevista, Jonathan Boyd, su director, analiza los principales retos que enfrenta el judaísmo europeo en plena transformación y reflexiona sobre cómo medir y comprender el aumento del antisemitismo.

 

 

Jonathan Boyd

 

Élie Petit: ¿Podría presentarnos brevemente la historia del Instituto de Investigación de Políticas Judías, tanto su legado general como su desarrollo desde que usted asumió la dirección?

Jonathan Boyd: El Instituto tiene una historia larga y significativa. Fue fundado en 1941 en Nueva York por el Congreso Judío Mundial como un centro de investigación y think tank (centro de pensamiento y análisis), con un primer enfoque en el estudio del antisemitismo, particularmente en el contexto del Holocausto. Tras la Segunda Guerra Mundial, su atención se centró nuevamente en la judería soviética. Este cambio de orientación fue una de las razones por las cuales el Instituto se trasladó a Londres a comienzos de la década de 1960. Aunque yo no formaba parte de la institución en aquel tiempo, vale la pena destacar que el Instituto fue una de las primeras organizaciones que lograron atravesar la Cortina de Hierro para investigar las condiciones de los judíos en la Unión Soviética. 

Durante muchos años, el Instituto publicó una revista académica dedicada a la judería soviética y produjo una amplia gama de estudios sobre el tema. También mantuvo un compromiso profundo con el análisis del antisemitismo, conservando una publicación específica sobre el asunto y realizando investigaciones a nivel internacional. Con los acontecimientos que siguieron —la caída del Muro de Berlín y el colapso del comunismo— el enfoque del Instituto volvió a desplazarse, esta vez hacia la vida judía contemporánea en Europa y hacia los nuevos desafíos que enfrentaban las comunidades del continente. 

Cuando asumí la dirección en 2010, decidí mantener el énfasis del Instituto en la investigación social y demográfica, pero también reorientarlo ligeramente para convertirlo en una institución capaz de servir y apoyar de manera directa a la vida comunitaria judía. Hoy seguimos concentrados en estudios sociológicos y demográficos en toda Europa, con el objetivo específico de generar datos que orienten la planificación y el desarrollo de las comunidades. A lo largo del tiempo, hemos sostenido un diálogo constante sobre cómo equilibrar nuestra base británica con nuestra misión europea más amplia. Con los años, ese equilibrio ha ido evolucionando: hemos pasado de una perspectiva centrada en el Reino Unido a una mirada verdaderamente paneuropea. Espero que esta transformación continúe en los próximos años. Actualmente, el Instituto es una organización de investigación con sede en Europa, dedicada a comprender y fortalecer la vida comunitaria judía en todo el continente.

La demografía como brújula
É.P.: ¿Cuáles son las preguntas centrales que su investigación busca responder?

J.B.: Nuestros estudios abordan todo lo que concierne a los judíos, a las comunidades y a las organizaciones judías. En su nivel más fundamental, eso comienza con la demografía: comprender las tendencias demográficas es esencial, pues constituye la base que sustenta y da forma a todo lo demás. Cuando se comprende la estructura demográfica de una comunidad, se obtiene una visión más clara de su posible trayectoria, de sus preocupaciones y ansiedades actuales, y de sus necesidades cambiantes —ya sea en ámbitos como la educación, la atención a las personas mayores o los servicios sociales. Los datos demográficos también constituyen la base necesaria para realizar encuestas sociales fiables. Un conocimiento sólido de la composición de una comunidad nos permite evaluar la calidad y la representatividad de las muestras, lo que a su vez refuerza la validez de nuestras conclusiones.

Más allá de la demografía, trabajamos sobre una amplia gama de temas. En la actualidad, una parte significativa de nuestra investigación se centra en el antisemitismo y en las actitudes hacia Israel. Pero también abordamos cuestiones como la educación judía, la asistencia social, la salud física y mental —ámbitos en los que realizamos un extenso trabajo durante la pandemia del COVID19. Asimismo, exploramos las relaciones entre Israel y la diáspora, el concepto de peoplehood (pueblo judío), y el desarrollo comunitario. En última instancia, la orientación de nuestras investigaciones se define a partir de las inquietudes y prioridades expresadas por las propias comunidades judías.

É.P.: ¿Cómo definen ustedes la población judía para sus investigaciones y cómo construyen sus paneles de estudio?

J.B.: Definimos nuestra población de encuesta como cualquier persona que se autoidentifique como judía. Ese es el criterio central. En general, nuestras encuestas se concentran en adultos —normalmente individuos de 16 o 18 años en adelante— que residen en un área geográfica determinada, principalmente en distintos países europeos. Por supuesto, definir quién es judío puede ser complejo, y surgen de manera natural preguntas sobre inclusión y exclusión. Por ello, utilizamos deliberadamente la autoidentificación como nuestro estándar: si alguien se considera judío, es elegible para participar. Sin embargo, dentro de las encuestas planteamos preguntas adicionales para comprender mejor la naturaleza de la identidad judía de cada participante. Esto incluye su afiliación denominacional, si nació judío o se convirtió, si tiene padres judíos, si está casado con una persona judía o si se identifica únicamente a través de la herencia familiar. Este perfil más detallado nos permite construir una imagen más matizada de quién está realmente representado en nuestros datos, más allá de la autoidentificación inicial.

É.P.: ¿Cómo evaluaría el estado actual del conocimiento, tanto cuantitativo como cualitativo, sobre la vida judía en Europa?

J.B.: Dentro de nuestro equipo, diría que tenemos una comprensión bastante sólida de las comunidades judías en Europa. Sin embargo, a nivel general, el conocimiento sigue siendo limitado, especialmente en lo que respecta a la disponibilidad de datos demográficos de alta calidad. 

La accesibilidad y la calidad de los datos varían significativamente entre países, debido sobre todo a las diferencias en los sistemas gubernamentales de recopilación de información. Por ejemplo, el Reino Unido recoge datos sobre religión de una manera que Francia no lo hace, y eso repercute directamente en la calidad de los análisis demográficos. Algunas comunidades —como las de Alemania y Austria— están altamente centralizadas y mantienen sistemas de recopilación de datos sólidos, lo que permite un mejor conocimiento de sus poblaciones. En contraste, países como Francia, Bélgica y España cuentan con estructuras mucho más débiles para obtener esta información. Esta disparidad no se limita a la disponibilidad de datos, sino también a la forma en que las comunidades los utilizan para planificar y tomar decisiones. Algunas son proactivas en el uso de información basada en datos; otras, en cambio, muestran menor interés, generando así un panorama desigual. 

“Muchas comunidades judías de Europa tienen historias, lenguas, culturas y trayectorias distintas; por tanto, no existe una “norma judía europea” única.” 

En el contexto actual —especialmente tras acontecimientos recientes como los del 7 de octubre— se perciben una ansiedad creciente y emociones intensas en el seno de las comunidades judías. Este ambiente genera una paradoja: las personas muestran un gran interés por recurrir a los datos para entender lo que ocurre, pero a la vez tienden a rechazar aquellos resultados que contradicen sus creencias o sentimientos previos.

É.P.: ¿Podría ofrecer un ejemplo que ilustre esta situación?

J.B.: Un ejemplo claro es el de los datos sobre las percepciones y experiencias de antisemitismo, que varían considerablemente entre países. En términos generales, los niveles de ansiedad frente al antisemitismo suelen ser mucho más altos de lo que el riesgo real sugiere. Esta disparidad no es exclusiva del ámbito judío; se asemeja, por ejemplo, al temor que muchas personas sienten al volar, pese al bajo riesgo estadístico de un accidente aéreo. Este ejemplo pone de manifiesto la distancia que puede existir entre la percepción y la realidad a la hora de evaluar los riesgos.

É.P.: ¿Quiénes son los judíos de Europa? ¿Cuáles son las características de su composición? ¿Existen diferencias notables entre las comunidades judías de Europa oriental y las de Europa occidental?

J.B.: Cuando hablamos hoy de los judíos de Europa, nos referimos a una población total de aproximadamente 1,3 millones de personas en todo el continente. Caracterizar al conjunto del judaísmo europeo resulta complejo debido a la diversidad de sus comunidades. 

Por ejemplo, la mayoría de las comunidades judías en Europa fueron afectadas directa y profundamente por la Shoá. Sin embargo, la comunidad judía británica, en su mayor parte, no lo fue —con excepción de los refugiados y sobrevivientes alemanes que se establecieron en el Reino Unido. De manera similar, muchos judíos franceses provienen del norte de África, lo que configura una experiencia comunitaria distinta. En Alemania, numerosos judíos son descendientes de migrantes rusos, y con el tiempo ha habido también un flujo de israelíes que se han instalado en distintas partes de Europa. Además, en algunos lugares —como el Reino Unido, Austria o Amberes— existen comunidades jaredíes en rápido crecimiento, que diversifican aún más el panorama judío europeo. 

Juifs à Manchester célébrant Lag BaOmer
Judíos en Manchester celebrando Lag BaOmer (Imagen en el sitio web del JPR)

La religiosidad también varía de forma significativa. Las comunidades de la Europa del Este poscomunista padecieron tanto la Shoá como décadas de regímenes comunistas que a menudo suprimieron la identidad judía, algo que sigue influyendo hoy en sus formas contemporáneas de vivir el judaísmo. En suma, la población judía europea está lejos de ser homogénea: la moldean experiencias históricas muy diversas y trayectorias culturales múltiples.

De Durban al 7 de octubre: el antisemitismo en primer plano
É.P.: Después de quince años como director, ¿qué cambios significativos y qué tendencias emergentes ha observado usted dentro del judaísmo europeo durante su mandato?

J.B.: En los últimos quince años, el tema más importante ha sido, sin duda, el antisemitismo. En la década de 1990, estaba presente, pero no era una preocupación central. Sin embargo, con el inicio del siglo XXI, comenzó a intensificarse. Eventos clave —como la Conferencia de las Naciones Unidas en Durban y la Segunda Intifada— influyeron profundamente en las percepciones globales sobre Israel, y esto, a su vez, alimentó nuevas formas de antisemitismo. En Francia, el caso de Ilan Halimi marcó el ascenso de un antisemitismo islamista particularmente alarmante. Además, tras la toma de control de Gaza por parte de Hamás y los conflictos que le siguieron, se ha hecho evidente una correlación clara entre las escaladas de violencia en Gaza y los repuntes de antisemitismo en todo el mundo. Europa ha sido, sin duda, una de las regiones más afectadas. 

Quizás lo más importante sea que el papel que el antisemitismo desempeña en la vida y en la identidad judía europea ha cambiado de manera drástica. Hoy ocupa un lugar mucho más central y apremiante que en décadas anteriores.

É.P.: En su estudio “European Jews: What, Why, and Who”, usted subraya que la memoria de la Shoá y la lucha contra el antisemitismo son más centrales para la identidad judía europea que el apoyo a Israel o la práctica religiosa. ¿A qué atribuye esta situación?

J.B.: Creo que esta dinámica es, a la vez, natural y preocupante. Por un lado, es completamente comprensible que una comunidad o un individuo se repliegue hacia el interior cuando se siente amenazado desde afuera. Entre los judíos, especialmente tras acontecimientos recientes como los del 7 de octubre, existe una mayor percepción de amenaza externa. Eso genera un deseo más fuerte de solidaridad interna y una sensación disminuida de seguridad en la sociedad en general. 

“Sin duda, se perciben niveles elevados de ansiedad y preocupación: una sensación de estar rodeados por crítica u hostilidad que puede resultar inquietante, incluso amenazante. “

Por otro lado, resulta problemático que la identidad judía se defina principalmente por el miedo a lo exterior, y no por los elementos internos de la vida judía —sus prácticas religiosas, creencias, valores, enseñanzas y cultura—. En ese caso, la identidad judía corre el riesgo de vaciarse de contenido. 

Por supuesto, dentro de la población judía hay una gran diversidad. Los judíos más religiosos u ortodoxos suelen tener un sentido más intrínseco y consolidado de su identidad. Pero para muchos otros, el miedo al mundo exterior no solo es una reacción natural: puede llegar a dominar su sentido del judaísmo, convirtiéndose casi en la razón principal de su identificación como judíos.

É.P.: Después del 7 de octubre usted comenzó a utilizar el concepto de antisemitismo de ambiente —que en Francia a veces se traduce como antisémitisme d’atmosphère. Similar a términos como yihadismo de ambiente, puede parecer una noción vaga. ¿Por qué adoptar esta categoría tras investigaciones rigurosas? ¿Y cómo se mide algo tan intangible como el antisemitismo de ambiente, entendido como una idea de clima hostil?

J.B.: Una de mis críticas a la comprensión actual del antisemitismo es la dependencia de los informes de incidentes, como los del SPCJ en Francia o el CST en el Reino Unido. En los últimos diez o quince años, más países han creado organismos comunitarios o policiales para recopilar estos datos. Aunque son valiosos, presentan limitaciones claras. 

Primero, los incidentes deben denunciarse, y la mayoría de los delitos —incluidos los actos antisemitas— no se denuncian. Y, aun denunciados, no siempre llegan a una entidad especializada: puede informarse a Recursos Humanos en el trabajo o a un docente en la escuela, y así quedan fuera de las estadísticas oficiales. Segundo, hay subjetividad a la hora de decidir qué cuenta como incidente antisemita: criterios distintos generan datos poco consistentes. Además, las campañas que fomentan la denuncia y el conocimiento de los procedimientos varían entre comunidades. Por todo ello, las cifras basadas en incidentes ofrecen una imagen parcial e irregular de la magnitud real del antisemitismo. 

En nuestras encuestas a poblaciones judías, entre un 20 y un 25 % dice haber sufrido incidentes antisemitas; tras el 7 de octubre, esa cifra llegó a ~30 % en el Reino Unido. En cambio, los registros oficiales suelen representar solo entre el 1 y el 2 % de la población. La brecha entre la experiencia vivida y los datos reportados es enorme, lo que sugiere que aún carecemos de una medición precisa y de una comprensión completa del fenómeno.

É.P.: Esta cuestión revela claramente los desafíos estructurales que existen para estimar el antisemitismo. Pero, en lo que respecta al antisemitismo de ambiente, ¿cómo se mide, si es que se puede medir?

J.B.: Después del 7 de octubre entendimos con claridad algo fundamental: no todo se reduce a los incidentes. Muchas personas —y nosotros mismos— perciben que no hace falta sufrir una agresión, un acoso o una discriminación explícita para intuir que algo no está bien. Hay un ambiente, una sensación que flota en el aire. 

Ejemplos: ver cómo arrancan carteles con los rostros de rehenes israelíes, o leer coberturas mediáticas sobre Israel que dejan entrever un tono extraño, incluso insidioso. Las grandes manifestaciones —aun cuando expresan preocupaciones humanitarias legítimas por los palestinos— pueden incluir elementos que resuenan de forma antisemita o, cuando menos, problemática. Tras el 7 de octubre se extendió la percepción de un clima hostil, incómodo e inseguro que afecta profundamente a los judíos. 

Medirlo es difícil porque hablamos de una percepción, no de un hecho concreto. La mejor aproximación son las encuestas: preguntar por experiencias, sentimientos y frecuencia con que se percibe ese ambiente. En una encuesta en el Reino Unido, pedimos comparar los nueve meses previos y posteriores al 7 de octubre según cuántas veces se sintió esa incomodidad en el aire. No es un método perfecto, pero mostró un aumento significativo de esa percepción tras el 7 de octubre. 

“Entre los judíos —y especialmente tras acontecimientos recientes como los del 7 de octubre— se percibe un sentimiento acrecentado de amenaza externa. Esto despierta un deseo más intenso de solidaridad interna y una sensación disminuida de seguridad dentro de la sociedad en general.”

El antisemitismo de ambiente nos revela algo esencial sobre el conjunto de la sociedad: cómo ciertas ideas o motivos relacionados con los judíos o con Israel se difunden y adquieren una presencia inquietante. También nos enseña mucho acerca de cómo los propios judíos perciben su situación y sus circunstancias.

 

Maquettes et affiches réalisées par les élèves sur le thème de l’identité juive
Maquetas y carteles realizados por los alumnos sobre el tema de la identidad judía (Imagen en la página web del JPR)

Hay, sin duda, un nivel elevado de ansiedad y preocupación: la sensación de estar rodeados por una crítica o una hostilidad difusa procedente de ciertos sectores de la sociedad, algo que puede resultar perturbador, incluso amenazante.

En este contexto, los judíos tienden a acercarse más a amigos y comunidad judía y a retirarse algo del entorno no judío. Ahora bien, al menos en el Reino Unido, no hay una sensación extendida de que la gente no pueda seguir viviendo su vida judía con normalidad.

EP: Exactamente a eso me refiero. Con el antisemitismo de ambiente, los judíos pueden sentirse preocupados no solo por su seguridad personal o por ser blanco de actos antisemitas, sino también por la “calidad del aire” —ese clima general moldeado por la política, la academia y los espacios públicos, que a veces se percibe asfixiante, como si un olor antisemita se filtrara por todas partes.
¿Cree usted que esta es la realidad que viven algunas comunidades judías en Europa hoy en día? ¿Existen comunidades que sienten que ya no pueden vivir, o esperar vivir, con seguridad en sus propios países? ¿Y hay algunas más afectadas por esta “asfixia” que otras?

JB: La situación varía considerablemente de un país a otro. Por ejemplo, la comunidad judía francesa ha sufrido varios episodios de antisemitismo islamista mortal, sobre todo durante el periodo de 2014 a 2015, lo que provocó un aumento notable de la ansiedad y la emigración. En cambio, el Reino Unido no ha presenciado ataques letales dirigidos específicamente contra judíos. Si bien ha habido casos de terrorismo islamista en el país, ninguno ha tenido a la comunidad judía como objetivo principal. A pesar de las conversaciones públicas sobre una posible salida, los datos migratorios no muestran movimientos significativos entre los judíos británicos.

En términos generales, las reacciones medibles de las comunidades judías dependen en gran medida de la severidad del antisemitismo al que se enfrentan. Cuando este se intensifica hasta llegar a ataques violentos con víctimas mortales, tiende a provocar desplazamientos reales desde las zonas afectadas. Por el contrario, cuando el antisemitismo es menos grave, genera más debate y preocupación, pero poca migración tangible.

Por ejemplo, en países como el Reino Unido, Alemania y varias naciones de Europa del Este, los niveles de migración permanecen relativamente estables y moderados, mientras que Francia ha mostrado patrones más volátiles, especialmente a mediados de la década de 2010, durante la serie de atentados mortales contra objetivos judíos, como los de Toulouse y París.

Israel, refugio sacudido, vínculo persistente
É.P.: ¿Ha afectado el 7 de octubre la percepción, entre los judíos europeos, de que Israel representa siempre un refugio seguro? ¿Han podido medir algún cambio en esa percepción?

J.B.: No contamos con datos empíricos suficientes. Mi impresión es que las reacciones se centran más en lo local que en lo que ocurre en el extranjero. En Francia, el Reino Unido y Alemania se percibe que estos países son hoy menos seguros para los judíos, pero ese sentimiento aún no ha modificado el comportamiento de forma dramática. 

El 7 de octubre produjo un choque profundo a escala mundial. La creencia de que Israel es un refugio seguro fue fuertemente cuestionada por los ataques y por su aparente vulnerabilidad. Aunque no puedo confirmarlo con datos, creo que la erosión de ese “manto de seguridad” ha impactado el sentido de seguridad existencial de muchos judíos —quizá más de lo que imaginaban. 

“La creencia, sostenida durante tanto tiempo, de que Israel actúa como un refugio seguro para los judíos fue duramente puesta a prueba por los ataques y por la aparente vulnerabilidad del propio Estado de Israel.”

Durante décadas, Europa había sido definida —especialmente en Israel y en Estados Unidos— alrededor de la idea de Auschwitz, el sitio donde ocurrió el holocausto, y se pensó a Israel como la respuesta a esa tragedia. Lo sucedido el 7 de octubre trajo simbólicamente esa realidad a Israel mismo, rompiendo la idea de que eran esferas separadas, con un impacto psicológico muy hondo.

É.P.: Cuando se cometen actos mortales contra judíos en Europa, suele haber una condena política fuerte y unánime. Tras el 7 de octubre, en cambio, esa unanimidad fue menor y hubo más tendencia a contextualizar. Además, crece la inclinación a distinguir entre judíos y sionistas. ¿Hasta qué punto las comunidades judías de Europa se identifican como sionistas y cuán fuerte es su vínculo con Israel?

J.B.: Varía por país. Existe una diferencia clara entre Europa occidental y oriental en la relación con Israel y su influencia en la política local o nacional. En general, la mayoría de los judíos europeos se identifican como sionistas: según los países, entre dos tercios y tres cuartos. Quienes se consideran antisionistas forman una minoría pequeña —a veces ruidosa— y hay indicios de que han crecido tras el 7 de octubre, en particular entre los jóvenes. 

Al mismo tiempo, conviene recordar que alrededor del 45 % de los judíos del mundo vive en Israel; por ello, la mayoría de los judíos de la diáspora conoce personalmente a israelíes. Los lazos no se basan solo en la política o en la guerra: son vínculos más hondos y personales. Israel no se percibe como un país ajeno, sino como parte de la comunidad judía global.

É.P.: ¿Y en cuanto a los vínculos familiares?

J.B.: No tenemos datos exhaustivos para toda Europa, pero en el Reino Unido más del 70 % de los judíos británicos tiene un familiar o un amigo cercano que vive en Israel. Eso habla de una conexión humana real y tangible. El mundo judío está muy interconectado, con grados de separación cortos entre personas de países distintos. 

El compromiso con Israel —y también con tradiciones culturales y religiosas como Yom Kipur, Janucá y Shabat— crea un lenguaje común y una identidad compartida. Esas conexiones refuerzan el vínculo con Israel. Además, el sionismo posee una dimensión psicológica: representa la seguridad y, aunque Israel no siempre se considere “el hogar”, sí se lo percibe como una forma de hogar, un refugio posible.

«Hago mi Alía» / Imagen en la página web del JPR
É.P.: ¿Esa dimensión psicológica del sionismo afectaría únicamente a quienes lo apoyan?

J.B.: También hay un sector profundamente perturbado por lo que ve ocurrir en Israel y fuertemente opuesto a ello; para muchos, su vínculo con Israel —y, en cierta medida, con otros judíos— se ha visto dañado por la guerra en Gaza. Ahora bien, si llegara el caso de que abandonar su país fuera la única opción, no sería impensable que incluso algunos antisionistas terminaran eligiendo Israel como destino.

Un mosaico judío europeo en proceso de reconstrucción
É.P.: Fuera del Reino Unido, ¿Está condenado el judaísmo europeo a desvanecerse lentamente —al menos en términos culturales— o a perder su vínculo con lo judío y con lo europeo? ¿O hay algo resiliente en ser a la vez judío y europeo? Además, parece que las poblaciones se concentran en menos países y ciudades —por ejemplo, menos judíos italianos en Italia que en los suburbios de París—. ¿Comparte esa observación?

J.B.: Las tendencias demográficas son claras. En 1939 había unos 11 millones de judíos en Europa; en 1945, alrededor de 3,8 millones. La Shoá provocó un desplome catastrófico. Desde entonces la población ha seguido disminuyendo y hoy ronda los 1,3 millones. No solo por los efectos prolongados del Holocausto, sino también por la aliyá, otras emigraciones, la asimilación, el envejecimiento y el descenso natural —más defunciones que nacimientos. En perspectiva larga, hace 150 años aproximadamente el 90 % de los judíos del mundo vivía en Europa; hoy son menos del 10 %. Una inversión total. 

“En conjunto, estos factores indican que el judaísmo europeo está evolucionando y probablemente será, con el tiempo, más religioso y más influido por Israel.” 

Ahora bien, la fotografía es más compleja que un simple declive. Las comunidades jaredíes crecen, especialmente en el Reino Unido, donde ya representan cerca de una cuarta parte (unos 80.000 miembros) y han revertido décadas de descenso demográfico, compensando la reducción del sector principal más secular. Pequeñas comunidades jaredíes también crecen en Amberes y Viena. Además, la llegada de israelíes está alterando la composición de algunas comunidades. En los Países Bajos, pese a la secularización y a una baja tasa de natalidad, la comunidad se mantiene estable o crece gracias a inmigrantes israelíes. Dado que algunas comunidades europeas son pequeñas, la llegada de unos pocos centenares de israelíes puede modificar de forma sustancial su dinámica interna. 

Este influjo hacia Europa no es lo bastante significativo como para disminuir la población judía en Israel, que continúa creciendo. En síntesis, el judaísmo europeo está en transformación: tiende a volverse más religioso y más permeado por la influencia israelí —algo más visible en el Reino Unido y menos en Francia, donde la comunidad es mayor y más diversa. En Gran Bretaña, muchos quizá no perciban el crecimiento jaredí porque suelen vivir en comunidades separadas.

É.P.: Finalmente, sobre los israelíes en Europa, usted dirigió un informe sobre su llegada y el rejuvenecimiento de las comunidades. ¿Qué está ocurriendo en términos de volumen, quiénes son y cómo se integran? ¿Forman colectivos israelíjudíos separados en las ciudades o se integran plenamente en las comunidades locales?

J.B.: Antes, quisiera señalar el contexto más amplio: lo que ocurre con la idea misma de Europa. Para que los judíos sientan su identidad europea, la europeidad debe tener significado. A mi juicio, esa noción es escurridiza y difícil de definir con claridad. Es posible que instituciones como la Unión Europea o la Comisión Europea tengan una comprensión firme de lo que implica, pero no estoy seguro de que ese sentido permee realmente en el conjunto de las sociedades europeas.

É.P.: ¡Nos haría falta, sin duda, un poco más de europeísmo de ambiente!

J.B.: No tengo claro que exista una identidad europea fuerte o nítida. Opino, además, que la identidad nacional es hoy más débil que hace una o dos generaciones —aunque quizá esto esté empezando a cambiar con el resurgir del nacionalismo en muchos países. Para que una minoría se sienta parte de un conjunto mayor, esa identidad amplia debe expresarse de forma viva y significativa. Así pues, no solo la población judía europea disminuye o se transforma, también cambian los conceptos de europeidad e identidad nacional. Son dinámicas inciertas y fluidas. Prever cómo se percibirán a sí mismos los judíos europeos y cuál será su lugar en la sociedad es, por tanto, complejo. De ahí que volvamos a la demografía, el predictor más fiable de lo que vendrá. Las tendencias actuales indican que las comunidades más consolidadas suelen estar en retroceso, mientras que algunas más pequeñas crecen y ganan peso.

En cuanto a los israelíes que se trasladan a Europa, a menudo se simplifica el cuadro —como si fueran telavivianos seculares que emigran—, pero la realidad es más compleja y varía según el país. En Francia, la migración israelí es limitada y poco perceptible en la comunidad judía más amplia. En el Reino Unido, donde los números son mayores, los israelíes tienden a formar comunidades algo separadas al inicio. Con el tiempo surgen cuestiones prácticas —escolarización, bar y bat mitzvá, fiestas— que llevan a muchas familias a enviar a sus hijos a escuelas judías, lo que favorece una integración gradual. 

Por lo general, los migrantes israelíes se agrupan entre sí por lengua, historia y cultura compartidas. Algunos se integran por completo en la comunidad judía local; otros se asimilan en la sociedad en general, regresan a Israel o se trasladan a otro lugar. No existe un patrón único. En ciertos países, la población nacida en Israel representa una fracción considerable de la comunidad judía y puede convertirse en su grupo dominante o incluso en su relevo. En Finlandia, por ejemplo, más de la mitad de la comunidad judía es de origen israelí, lo que transforma de manera notable su fisonomía. 

En conjunto, el panorama sigue siendo variado y en evolución. Hace treinta años, casi todo el debate sobre el judaísmo europeo trataba del declive, sin anticipar el crecimiento jaredí o el influjo israelí. Estamos aún en una fase temprana de esa historia cambiante; en esta era posterior al 7 de octubre, y en medio de desafíos globales —desde la crisis climática hasta la inteligencia artificial—, es difícil prever las respuestas de judíos, israelíes y jaredíes. Con todo, surgen dinámicas interesantes que conviene observar con atención.


Entrevista realizada por Elie Petit

Con agradecimiento a nuestro traductor Julian Bedoya.